El zamorano que “inventó” el Vía Crucis
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Reportajes de Delegación para la Religiosidad Popular, Cofradías y Hermandades

19/02/2014

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El zamorano que “inventó” el Vía Crucis

El beato Álvaro de Córdoba, fraile dominico natural de Zamora a caballo entre los siglos XIV y XV, introdujo en Europa la devoción del Vía Crucis. El 19 de febrero se celebra su memoria litúrgica.

Zamora, 19/02/14. Hoy, 19 de febrero, la Iglesia celebra la memoria litúrgica del beato Álvaro de Córdoba. Esto es lo que dice en este día el Martirologio romano (el “catálogo” oficial de santos de la Iglesia universal): “En Córdoba, en la región española de Andalucía, conmemoración del beato Álvaro de Zamora, presbítero de la Orden de Predicadores, que se hizo célebre por su modo de predicar y contemplar la Pasión del Señor”.

Se cree que fray Álvaro de Zamora –así se le denomina en la documentación antigua, al igual que en el Martirologio antes citado– nació en Zamora a mediados del siglo XIV. Se da la fecha de 1368 para su entrada en la Orden de Predicadores (dominicos). Fue durante muchos años profesor de Teología en el Estudio General del Colegio de San Pablo de Valladolid y confesor del rey Juan II de Castilla y de su madre. En 1416 recibió el título de maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Entre 1418 y 1420 visitó Italia, donde conoció los ensayos de reforma dominicana iniciada por el beato Raimundo de Capua, y peregrinó a Tierra Santa.

En compañía de fray Rodrigo de Valencia y con el apoyo económico de los reyes eligió la sierra cordobesa para adquirir en 1423 la Torre Berlanga, donde fundó el Convento de Escalaceli, cuna de la reforma en España. En 1427 fue nombrado por el papa “prior mayor” mientras viviese, convirtiéndolo en máxima autoridad de las fundaciones reformadas.

Dado que el paisaje del convento cordobés recordaba la tipografía de Jerusalén, construyó oratorios proponiendo la meditación de la Pasión de Cristo, por lo que es considerado como el introductor en Europa de lo que sería la devoción localizada del Vía Crucis. Murió en torno al año 1430. Sus reliquias se conservan en el convento de Escalacaeli. El papa Benedicto XIV aprobó su culto en 1741. En Córdoba hay una parroquia dedicada al beato.

Desconocido en su tierra

Como se afirma en el libro Con nuestros santos zamoranos, publicado con motivo del Año de la Fe, “quizá muy pocos de nosotros sabían que el beato zamorano Álvaro de Córdoba fue el introductor de la oración devocional, tan arraigada en la Iglesia, del Vía Crucis”. Resulta curioso comprobar, si seguimos leyendo, “cómo uno de los nuestros, de manera sencilla, humilde y casi anónima, hace una aportación a la fe y a la devoción de todos los cristianos tan importante como es ampliar la oración y meditación de los momentos más importantes de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo a cualquier lugar fuera de la Vía Dolorosa de Jerusalén. Y esto para todas las épocas”.

En un hombre típicamente renacentista se observa cómo en las dificultades “saca fuerzas de la oración, de la cercanía con Dios. Está seguro que todo es deseo y obra del Señor y por lo tanto es Él mismo el que guía al beato en la consecución de sus objetivos”. De hecho, “desde el monasterio va a llevar a cabo sus fines. Desde la oración y por ella, no se va a desanimar ante los obstáculos que vayan apareciendo, por grandes que sean. Con la certeza de que todo aquello es cosa de Dios, seguirá adelante, superando su debilidad en la fortaleza del Señor”.

Por eso puede considerarse al beato zamorano “un testigo valiente de la fe, con todas las dificultades de su tiempo. Si él fue capaz, también cada uno de nosotros y todos juntos como comunidad cristiana, podemos serlo también. La misión es la misma: anunciar el Evangelio. Para cada uno se concreta de una manera determinada, desde una vocación específica, pero para todos está la gracia del Señor, la luz de Cristo, la fuerza de la fe que nos sostendrá, nos consolará, nos empujará siempre que sepamos que todo lo hacemos por Él, por Jesucristo, hacia el que dirigimos nuestra vida”.

El milagro del beato Álvaro

La iconografía del zamorano lo muestra siempre con hábito dominicano (blanco con capa negra), y normalmente aparece sosteniendo en sus brazos a un mendigo, mostrando así uno de los hechos que se recuerdan del fraile, y que resumimos aquí según la página web de la Hermandad que lo tiene como titular. Cuenta la tradición que un día, yendo fray Álvaro a predicar a Córdoba, cosa que hacía frecuentemente como buen dominico, no muy lejos del santuario, se encontró a la vera del camino a un mendigo medio muerto de frío y de hambre. Viendo el fraile que había un ser humano que necesitaba su ayuda, se apartó de su ruta para atender al mendigo, envolviéndolo en su capa. Lo cargó sobre sus espaldas y regresó con él al convento, como un nuevo buen samaritano.

Llamando a sus hermanos de comunidad les dijo: “aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él la misericordia”. Al destaparlo, el mendigo ya no era un mendigo, sino una imagen de Cristo crucificado. Y sigue diciendo la leyenda que estuvieron los frailes, durante toda la noche, orando ante el crucificado, y de madrugada desapareció. Con el tiempo, la comunidad procuró, en perpetua memoria y acción de gracias, reproducir el crucificado imitando los rasgos del original. Siendo éste, de mediados del siglo XVI, el que hasta hoy se venera en el santuario de Escalaceli con el nombre de “Santísimo Cristo de San Álvaro de Córdoba”.

Para más información: libro Con nuestros santos zamoranos (Zamora, 2013). A la venta en la Librería Diocesana (Casa de la Iglesia – Seminario San Atilano).

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