Delegación de Medios de Comunicación Social

22/06/2020

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¿Verdad o mentira?

Las palabras del evangelio de este domingo están tomadas del segundo discurso que Jesús pronuncia según el plan del evangelio según san Mateo. Se conoce como el discurso “apostólico”, porque el Señor da instrucciones claras y precisas sobre la evangelización. Posiblemente fue el manual de los primeros misioneros cristianos. Pero sigue siendo un referente ineludible para todo aquel que quiera anunciar de palabra y de obra la llegada del Reino de Dios. El caso es que Cristo no se anda con chiquitas y anuncia claramente a los suyos que lo que les espera no son recepciones en palacios y oropeles suntuosos, sino persecución, guerra y espada.

Cual valiente capitán de su ejército, el Señor arenga a los discípulos de todos los tiempos con el consabido: “No tengáis miedo a los hombres” (Mt 10,26). Y sigue: “temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo” (Mt 10,28), que evidentemente es el diablo, no nuestro Señor, que quiere nuestra salvación. Y da una razón para ello: “porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse” (Mt 10,26). Y esto es muy consolador en nuestro mundo posmoderno, en el que ya apenas luchamos por crecer en las virtudes, ni siquiera los cristianos. Por ejemplo, asistimos impasibles al triunfo de la mentira en lo público y en lo privado, incluso a veces en nuestro tejido eclesial. Repetía el venerable Jerónimo Usera, fundador de la Congregación del Amor de Dios: “Decir la verdad y hacer el bien”, un programa de vida absolutamente platónico, como le gusta decir a mi buen amigo, el filósofo José Manuel Chillón. Partirse la cara por la verdad, sin tenerles miedo. ¿Quién se apunta? Pero quisiera hablarles, queridos lectores, de otro martirio de la verdad, el de aquel que aun sabiendo que tiene razón, no se defiende, no se justifica, cargando con el pecado del otro, justo como Cristo en su pasión.

En otro sentido, decía santa Teresa de Lisieux al final de su vida lo siguiente: “En el evangelio no vemos que santa María Magdalena haya dado explicaciones cuando su hermana la acusaba de estarse a los pies de Jesús sin hacer nada. No dijo: «¡Si supieras, Marta, lo feliz que soy, si escucharas las palabras que yo escucho! Además, es Jesús quien me ha dicho que me esté aquí!» No, prefirió callarse. ¡Venturoso silencio, que da al alma tanta paz”. Dice el refranero popular que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. El problema viene cuando el mentiroso también es cojo. Pero arrepentidos los quiere Dios, oiga. Porque al final todo se sabe.

Y no lo digo yo. Lo dice el evangelio.

 

José Alberto Sutil Lorenzo

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