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“Fue absolutamente feliz. Dios le hizo feliz”
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08/05/2025

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“Fue absolutamente feliz. Dios le hizo feliz”

La Colegiata de Santa María la Mayor de Toro, abarrotada por centenares de personas, acogió esta tarde, a las 18:00 horas, la misa exequial por el presbítero Javier Prieto Prieto, fallecido inesperadamente ayer, a los 38 años de edad. Apenas habían pasado dos meses desde su ordenación sacerdotal, cuando esta trágica noticia sacudió profundamente a toda la diócesis de Zamora.

La celebración, presidida por el obispo diocesano, Mons. Fernando Valera, fue un testimonio de fe y comunión en medio del desconcierto y del dolor. Sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, fieles laicos y amigos de Javier acompañaron a su familia en una tarde marcada por el silencio, el llanto y la esperanza cristiana.

El obispo, visiblemente emocionado, empezó su homilía recordando el momento en que recibió la desgraciada noticia. Fue en "los minutos antes de comenzar una meditación sobre la pasión y muerte de Jesús en unos ejercicios espirituales a sacerdotes. Las palabras eran puñales de rostros y de incertidumbres, de fe y dudas, de esperanza y lágrimas. Al terminar, solo me quedó el llanto, unido al de tantos, lágrimas que el Señor recoge en su odre. La muerte de Javier nos sitúa en Getsemaní, en la Cruz, donde volvemos a decir ¡que pase de mí este cáliz! Hay tanto que no puedo calcular y asumir en el sufrimiento y el sinsentido de la Muerte”. Y es que la muerte de Javier nos vuelve a recordar que los planes de Dios no son nuestros planes y que todo es misterio.

Y sin embargo, como también escribió el obispo en su carta abierta publicada esta mañana, “una y otra vez resuena en mí” la frase que definió el corazón del ministerio de Javier: “¿Quién nos separará del amor de Dios? Ni la espada, ni la tribulación, ni muerte ni vida podrá separarnos del amor de Cristo Jesús, Señor nuestro.”

Esa certeza fue, como recordó Mons. Valera, el cimiento de la breve, pero luminosa vida sacerdotal de Javier, que encontró en Cristo la fuente de su alegría y su entrega generosa.

Una comunidad herida se abraza en la fe.

El obispo, sabedor de que no hay dolor más grande que el de una madre y de un padre ante la muerte de su hijo, les invitó a ambos a mirar a Jesús clavado en la Cruz y a escuchar sus palabras, “esas que llenaron el corazón creyente de Javier de esperanza, pero sobre todo de Amor”. En medio de ese dolor, Fernando Valera esta mañana les había dicho a los padres del joven sacerdote: “Queridos padres, hoy se hace realidad para vosotros lo que significó, hace algunos años, entregar a vuestro hijo a la Iglesia. Dio fruto abundante durante su vida, durante su ministerio. Y hoy ha dado ya el fruto definitivo. Fue absolutamente feliz. Tenéis que repetíroslo muchas veces. Fue absolutamente feliz. Dios le hizo feliz. Y así lo vivió él.”

Añadió el obispo en la homilía unas bellas palabras del papa Francisco: “solo Él nos da la fuerza para amar, para perdonar en las dificultades, solo Él da al corazón aquella paz que se busca, solo Jesús da la vida para siempre cuando la vida de aquí termina”.

“El Señor de la Vida enjugará nuestras lágrimas”.

Mons. Valera quiso cerrar su homilía con las mismas palabras que le dedicó en su ordenación en febrero: “María es la mujer de la esperanza, la Madre de la esperanza. Ella, como tu madre dando puntadas con el hilo sobre la ropa que hoy llevas puesta como sudario, con corazón de madre, teje una historia apasionada: unas veces espera en el calvario, esperando contra toda esperanza, otras, infundiendo esperanza a los discípulos, y siempre nos recuerda que Jesús vence en toda ocasión y el mal, el pecado y la muerte no tienen la última palabra”.

La celebración terminó entre el silencio y la emoción contenida cuando el padre de Javier dio gracias públicamente por todas las muestras de cariño recibido. Quiso agradecer a su hijo "por mostrarle el rostro de la felicidad", porque él estaba contento en Toro y por eso descansará en esta tierra que hoy llora su partida. El aplauso de la asamblea fue prolongado y muchos permanecieron en el entorno de la Colegiata tras la misa, consternados por la pérdida y acompañando con su presencia a la familia.

Una vida breve, una entrega eterna

En la carta abierta a la familia y a la comunidad cristiana el obispo escribía: “La vida no se mide por el tiempo ni por la cantidad, sino por la intensidad con la que uno se da y ama, se entrega y quiere”. Y parece que esto lo hizo Javier Prieto a lo largo de toda su vida, prueba de lo cual es, tal y como indicó Fernando Valera, que haya recibido condolencias de todo el país. Quiso resaltar especialmente el prelado el mensaje de pésame de D. Andrés Ferrada, Arzobispo Secretario del Dicasterio de Clero y Seminarios en el Vaticano, pero han sido muchos los que han enviado sus muestras de cariño a toda la comunidad cristiana de Zamora. 

Toro, su casa y su heredad.

Javier había encontrado en Toro más que un destino pastoral: había hallado un hogar. En los pocos meses que llevaba destinado, Toro y sus gentes, los niños, los jóvenes, las cofradías y el colegio habían sentido su corazón de pastor. Por eso, el cuerpo de Javier será enterrado, como expresó su padre en sus últimas palabras, en el cementerio de esta localidad, en la sepultura de las Hermanas del Amor de Dios, una congregación con la que se sintió profundamente unido. Allí, acompañado por la oración de su pueblo, descansará ya quien tantas veces llevó la vida del Evangelio a las almas que le fueron confiadas.

La diócesis de Zamora llora hoy a uno de sus hijos más queridos. Pero también da gracias por la vida, por la vocación, por el sí pronunciado y vivido hasta el final por Javier Prieto, sacerdote de Cristo.

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