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¡Ha resucitado!
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01/04/2024

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¡Ha resucitado!

Comienza el Tiempo Pascual, los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés. Los domingos de este tiempo han de ser considerados y llamados domingos de pascua y tienen precedencia sobre cualquier fiesta del Señor y cualquier solemnidad. Las solemnidades que coincidan con estos domingos, han de anticiparse al sábado precedente. Aunque los domingos no tienen nombre propio –salvo el domingo de la Octava o domingo II de Pascua, que es el de la divina misericordia- cada uno de ellos profundiza un aspecto de este misterio central de nuestra fe a través de las lecturas, muy en especialmente el evangelio de San Juan y también las cartas católicas y el Apocalipsis. Así, la panorámica de estos domingos sería la siguiente:

  • Domingo II o de la divina misericordia y domingo III. Las apariciones de Jesús: presencia del resucitado entre los suyos.
  • Domingo IV. Jesús como buen pastor que da la vida por las ovejas.
  • Domingo V y domingo VI. Fragmentos del discurso de la Última Cena: la llamada al amor, vivir como resucitados.
 

El domingo VII de Pascua se celebra la Ascensión del Señor, trasladada del jueves anterior: unida la promesa del Espíritu, se inaugura un nuevo modo de presencia del Resucitado en medio de los suyos. Cristo “no se ha ido para desentenderse de este mundo”, sino que  estará presente con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo y, a la vez, nos abre un camino, el del cielo, hacia el que tenemos que transitar por medio de nuestra peregrinación por este mundo.

El domingo siguiente es Pentecostés, la culminación de este tiempo con el sello que es el don del Espíritu Santo, que pone en marcha a la Iglesia. Se concluye este sagrado período de los cincuenta días con la conmemoración de la donación del Espíritu Santo derramado sobre los Apóstoles, del comienzo de la Iglesia y del inicio de su misión a todos los pueblos, razas y naciones. Se recomienda la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia de Pentecostés, que no tiene un carácter bautismal como la Vigila Pascual, sino más bien de oración intensa, según el ejemplo de los Apóstoles y discípulos, los cuales perseveraban unánimes en la plegaria junto con María, la Madre de Jesús, esperando el don del Espíritu Santo.

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