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La diócesis inicia el curso con la celebración del rito de la dedicación del altar de la catedral
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06/10/2023

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La diócesis inicia el curso con la celebración del rito de la dedicación del altar de la catedral

Por Viky Esteban 

La diócesis de Zamora inicia hoy, festividad de san Atilano y patrono de la iglesia que peregrina en Zamora, el nuevo curso pastoral 2023-2024. Los fieles cristianos de la diócesis han sido convocados a las distintas actividades previstas en la tarde de este 5 de octubre. La iglesia de san Ildefonso sirvió de escenario para la charla que impartió el vicario general de Valladolid, Jesús Fernández Lubianos, quien disertó respecto de los ministerios laicales instituidos en la Iglesia.

Fernández Lubianos expuso que los laicos, como parte de la Iglesia, están llamados a desempeñar diferentes acciones y que tienen también un papel importante en el seno de la Iglesia: "Como las piedras de este templo, los cristianos estamos llamados a ser piedras, cumpliendo diferentes funciones". En definitiva, cada miembro de la Iglesia tiene un lugar preferente desde el que ha de servir a Dios: "Los ministerios no nacen para solucionar problemas o cubrir la bajada del número de curas, sino volver a la Iglesia antigua para buscar la manera de dar culto a Dios y servir a los demás".

Dedicación del altar y eucaristía

Al finalizar la conferencia, la festividad de san Atilano continuó en la S.I catedral donde se celebró la eucaristía. Este año, además con un cariz especial. Y es que la mesa del altar del primer templo diocesano ha sufrido una sustancial modificación en su estructura y ello ha obligado a realizar el rito de la dedicación, con toda solemnidad. A la celebración en la S.I catedral de Zamora acudieron numerosos fieles zamoranos, entre los que destacaban miembros de Cáritas diocesana de Zamora, trabajadores y voluntarios de la iglesia zamorana, miembros de la Semana Santa de la capital, entre otros.

La consagración del altar o dedicación, ambas palabras, expresan que la Iglesia destina esta sagrada mesa para el único fin de la celebración de la eucaristía, adquiriendo, por la acción del Espíritu Santo, la condición de símbolo excelente de Jesucristo, que es sacerdote, ofrenda y altar. 

El ritual de la dedicación del altar de la catedral constará de las siguientes partes:

- Colocación de algunas reliquias en el sepulcro del altar. En esta ocasión, se han depositado reliquias del patrono, san Atilano.

- Oración de la dedicación

- Unción del altar, incensación del altar, vestición del altar e iluminación del altar

Galería

Homilía

Este Altar que se consagrará seguidamente es el lugar del sacrificio de Cristo. Él cada día seguirá ofreciéndose en el sacramento de la Eucaristía, por nuestra salvación y por la del mundo entero. En el misterio eucarístico que se renueva sobre el altar, Jesús se hace presente. Es una presencia dinámica; nos abraza para hacernos suyos, para configurarnos con él; nos atrae con la fuerza de su amor, haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a su corazón haciéndonos unos con él.


Este Altar que consagramos con “Crisma Santo” nos recuerda que cada cristiano somos templo de Dios, morada del Espíritu. La belleza de esta Catedral, nos habla de piedras vivas de la Iglesia de Zamora, edificadas sobre Cristo. Esta Iglesia que desde el año 900 fue asignada a S. Atilano, su primer obispo. Somos junto con él, “edificio de Dios”, cuyo cimiento es Jesucristo. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Cor 3, 16-17).


Este Altar es lugar de confidencia, cuantas veces, esas cosas que uno no puede compartir, que son sufrimientos entrañados, solo los puede traer a la mesa del Altar y dejarlos ahí, para que Cristo mismo sea el que los redima.


Este Altar nos invita, como dice el Papa, a la adoración, “sólo ante el Señor se recuperan el gusto y la pasión por la evangelización. Y curiosamente, la oración de adoración la hemos perdido; y todos, sacerdotes, obispos, consagradas/os, tienen que recuperarla, ese estar en silencio delante del Señor.


Este Altar es el lugar de la presencia real de Cristo. El cual, hace presente de cada uno de nosotros su “casa”, y todos juntos formamos su Iglesia, el edificio espiritual del que habla S. Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo (1 P 2, 4-5).


Este Altar, como nos dice S. Agustín, mediante la fe, los hombres son como tablas y piedras tomadas de bosques y montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación, son tallados, labrados y escuadrados; pero sólo se convierten en casa de Dios cuando se unen unos a otros mediante la caridad. Cuando los creyentes se unen entre sí dentro de un cierto orden, yuxtaponiéndose y combinándose estrechamente en la caridad, entonces se convierten de verdad en casa de Dios, y no hay peligro de que se desplome (cf. Serm. 336).


El Altar, signo del amor de Cristo, la caridad “que no acaba nunca” (1 Co 13,8), es la energía espiritual que une a todos los que participan en el mismo sacrificio y se alimentan del único Pan partido para la salvación del mundo.
Este Altar, sobre el que en unos instantes se renovará el sacrificio del Señor, ha de ser para cada uno de nosotros una invitación constante al amor; nos tenemos que acercar siempre a él con el corazón dispuesto a acoger el amor y a difundirlo, a recibir el perdón y a concederlo. A suplicar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.


En este Altar, una vez realizada la ofrenda del pan y del vino, inclinándose hacia él, el sacerdote dice en voz baja: “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia”. Así entramos en el corazón del misterio eucarístico, en el corazón de la liturgia del cielo, porque el Altar del Sacrificio de Cristo se convierte en el punto de encuentro entre el cielo y la tierra; el centro de la Iglesia que es celestial y al mismo tiempo, peregrina en la tierra, donde los discípulos del Señor anunciamos su muerte y su resurrección hasta que Él vuelva en la gloria (cf. LG, 8).


Ante este Altar, renovamos nuestro compromiso como la Iglesia que peregrina en Zamora, crezca en la caridad y en la entrega apostólica y misionera. Que testimoniemos con la vida nuestra fe en Cristo. Que cultivemos la comunión eclesial, don, gracia, fruto libre y gratuito de Dios. Es algo divinamente eficaz. Es comunión, colaboración, corresponsabilidad entre presbíteros, consagrados y laicos de esta Iglesia local.


Pido al Señor, que de este Altar, que va a ser ungido con óleo santo y sobre el que se celebrará el sacrificio del amor de Cristo, brote un río constante de gracia y caridad sobre esta Diócesis de Zamora y sus gentes. Que estas aguas fecundas llenen de fe y vitalidad apostólica a esta Iglesia locas, sus pastores y fieles.


Ante este Altar invocamos la intercesión materna de la santísima Virgen María, Madre de la Majestad. No faltan dificultades, desafíos y problemas, pero también es grande la esperanza que tenemos y la caridad que nos une. Que el Espíritu del Señor Resucitado os impulse a anunciarlo con la Alegría del Evangelio.

III Premios San Atilano

El 7 de octubre la diócesis hizo entrega de los premios San Atilano, un reconocimiento que llegó de la mano del obispo, Fernando Valera, y que tienen como objeto reconocer, con gratitud y desde la sencillez, la labor que determinadas personas desarrollan en nuestro tiempo en favor de la sociedad y de la Iglesia zamorana. Pretenden reconocer el servicio, muchas veces callado, de tantas personas que se desgastan tanto en la vida eclesial, como en la vida pública.

En el transcurso del evento no pasó desapercibido el fallecimiento de Ricardo Flecha, un zamorano ilustre al que el prelado zamorano calificó como "un hombre bueno, artista sobresaliente y creyente comprometido". Y es que Ricardo Flecha es el autor de las estatuillas de San Atilano. Hace pocas semanas Ricardo firmó la donación de los derechos de esta obra para la iglesia diocesana. El conocido escultor, repetidamente, en sus últimos días de vida, manifestó el deseo de llegar ya al cielo donde la Madre de Dios le habrá abierto sus puertas con sumo gusto. El casi centenar de asistentes elevó un aplauso cariñoso al cielo en recuerdo de Ricardo y como abrazo sincero a Gertrudis, su mujer, y a Pedro, quien fuera alumno del Seminario.

José María Calvo y Maribel Escribano fueron los elegidos para recibir la estatuilla de manos del obispo de Zamora:

- José María Calvo ha sido un hombre de Dios. A sus 90 años se ruborizó cuando recibió la llamada para comunicarle que era él quien recogería este año el Premio San Atilano. No fue fácil convencerle. José María considera que su manera sencilla y humilde de vivir en comunión con la Iglesia no le hacen merecedor de semejante reconocimiento. Sin embargo, su servicio, su compromiso, su permanencia en un segundo plano durante toda la vida brillan hoy más que nunca. José María fue durante años director de la Casa de la Iglesia, y colaborador en distintas realidades diocesanas y parroquiales. Aún hoy, sigue al pie del cañón en la parroquia de San Juan.

Escuchadas las palabras de agradecimiento del premiado, el coro de San Juan interpretó “A tu lado”, una bonita canción de Kairoi que dedicó especialmente a José María y a cuantos como él han entregado su vida a la Iglesia.

- Maribel Escribano es alcaldesa de Villamor de los Escuderos desde hace 32 años. Llegó a la política casi de forma casual,  tras elaborar una lista de mujeres en su pueblo de la que fue elegida para presentarse a unas elecciones. A partir de ahí, dio el salto a la política provincial y ha sido diputada durante 16 años. No sólo eso. También se fue a las Cortes durante una legislatura. Y en todos estos espacios le ha obsesionado lo mismo: el bienestar de la gente mayor en la zona rural. Siempre ocupada en la Política social, se siente especialmente orgullosa de haber implantado y desarrollado en los pueblos de Zamora la asistencia a domicilio para las personas mayores y la puesta en marcha de comedores sociales.

Tras el agradecimiento de Maribel, un dúo de violines formado por los hermanos Víctor e Irene Villar interpretaron varios temas que, a su término, dieron la palabra al obispo, Fernando Valera. Reproducimos a continuación su discurso íntegro:

Esta tercera edición del Premio San Atilano es, sobre todo, una oportunidad para que, juntos, en este marco tan especial que es el seminario y corazón de la diócesis, reconozcamos a personas que, tantas veces, en silencio y anónimamente, han contribuido a la construcción de una mejor sociedad, y han aportado lo mejor de sí mismos a esta Iglesia que peregrina en Zamora.

Con estos premios, la Iglesia de Zamora manifiesta que nada de lo humano le es ajeno. Todo lo que es bueno para el hombre, necesariamente es bueno para Dios. Por eso, tanto dentro como fuera de la Iglesia, las buenas acciones, los buenos gestos y las buenas palabras que van conformando la historia de este pueblo, están en plena sintonía con el mensaje del Evangelio, y así queremos significarlo. Lo que hoy premiamos es la actitud sencilla, comprometida y generosa de quienes no han ocultado sus talentos sino que han sido capaces de ponerlos al servicio de los demás para hacerlos fructificar.

La comunidad cristiana debe mirar siempre a lo alto, pero sin despegar sus pies de la tierra porque “no hay nada tan espiritual como lo tangible”. El papa Francisco ha dicho que “el lugar de la Iglesia está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo”. Y el que está en medio de la gente, el que está cercano al pueblo, está obligado a reconocer y a aplaudir lo que cada cual aporta al bien común de la sociedad y al crecimiento de la propia comunidad cristiana.

Además de reconocer y aplaudir actitudes como las que encarnan los premiados de esta y otras ediciones, la Iglesia zamorana está convencida de que debe promover y participar en nuevos proyectos que posibiliten el desarrollo integral de todo lo humano. Queremos que la fe en el Dios encarnado se traduzca en un servicio generoso a la sociedad en general, y particularmente a esta España tan necesitada de proyectos ilusionantes. Ahí estamos, ahí nos dejaremos encontrar para seguir trabajando en la construcción del Reino desde la convicción de que la fe, si no sirve para cambiar las estructuras, se diluye en una espiritualidad vaga.

Quiero felicitar a Dª. María Isabel Escribano y a D. José María Calvo por su trayectoria y agradecerles a ambos porque sus vidas son “pequeños destellos de la irrupción del Reino de Dios en el hoy de la historia”.

La iglesia diocesana, desde la gozosa experiencia de una fe vivida como regalo, seguirá reconociendo públicamente, con alegría, a cuantos sean capaces de llevar una palabra de esperanza, un gesto de cariño, una mirada limpia a esos lugares en los que no brilla la luz del Reino.

Enhorabuena a Dª. María Isabel Escribano y a D. José María Calvo. Y muchas gracias a todos por su asistencia.

Tras las palabras del obispo, los asistentes compartieron un vino español. Con la entrega de premios se considera inaugurado el curso pastoral 2023-24. 

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