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"Su humildad, su magisterio, su amor a la Iglesia y el cuidado por la Liturgia han marcado mi vida"
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18/01/2023

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"Su humildad, su magisterio, su amor a la Iglesia y el cuidado por la Liturgia han marcado mi vida"

Tras la muerte del papa emérito, Benedicto XVI, mucho se ha escrito sobre él y, tal vez, se ha hecho justicia con su figura y relevancia dentro de la Iglesia Católica. En su pontificado se vivieron momentos convulsos, no provocados por él, sino que le tocó lidiar con polémicas y problemas gravísimos que sobrevolaban el Vaticano. Firme y consciente de su responsabilidad hizo frente a cada uno de ellos.

El sacerdote diocesano, Narciso J. Lorenzo, siempre valoró el servicio y entrega de Benedicto e incluso tuvo ocasión de conocerle.

 

¿QUÉ HA APORTADO BENEDICTO XVI A LA IGLESIA?

Responder a esta pregunta en pocas líneas es dificilísimo, más allá de lo que se ha convertido casi en un tópico, “la renuncia”; que por otro lado revela no solo su humildad, sino la plena confianza en que a la Iglesia siempre la pastorea Cristo.

De forma inspirada, aunque adelantada, porque todo requiere su tiempo y dejarnos conducir por el Espíritu Santo, la gente sencilla y multitud de pastores y teólogos como el cardenal Christop Schönborn están afirmando que Benedicto es un Santo y un Doctor de la Iglesia. Es decir: ha hecho realidad el título principal del Papa en cuanto “Siervo de los Siervos de Dios”. Un carisma de santidad singular que exige, hasta el martirio, el servicio de confirmar, en todo momento, en la fe a todos, católicos, incluso más allá, cristianos de otras confesiones y todos los que buscan con honestidad la verdad. Este perfil aparece extraordinariamente en Benedicto. Y esa santidad revela la otra función esencial del ministerio petrino: promover y sostener la unidad y la comunión mediante la caridad en el gobierno pastoral, también perfilada en Benedicto con una exquisita humanidad y humildad. Y respecto al doctorado. Para empezar, hay que reconocer que ha sido un maestro, uno de los más excelentes teólogos del Concilio Vaticano II. Sobre todo, el más destacado del postconcilio. A mí modesto entender, por dos cosas: su amor apasionado por la Verdad “personal” que es Jesucristo, y la forma profundísima y a la vez sencilla de presentarla. Más aún, porque su teología ha sido una teología de continuidad y renovación a un tiempo y de forma armoniosa, abierta al futuro de Dios, frente a los que hubieran querido pretenciosamente reinventarse la Iglesia.

Y por lo que más me atañe como liturgista, ha sido un piadoso y ejemplar celebrante, y un extraordinario teólogo de la Liturgia. Todo podría resumirse en una acertadísima afirmación del cardenal Aquilino Bocos: “Benedicto XVI es el apóstol de lo esencial”.

MOMENTOS CONVULSOS: LA PEDERASTIA

La mayor parte de los analistas coinciden en que los enemigos de Benedicto XVI, dentro y fuera, lo han intentado desacreditar por esta vía. Ya que, por otros caminos, como el intelectual, en diálogo con todas las opiniones e ideologías, o el del testimonio de su fe y su humildad, no podían menoscabar su autoridad, había que buscar alguna importante fisura.

Recordemos que fue Benedicto XVI el que desencadenó, -ahí están los hechos-, la purificación, rechazo y castigo de los culpables, “cayera quien cayera”, incluso aunque fueran importantes personalidades. Ha sido el que puso en marcha la “limpieza”, que el Papa Francisco continúa con toda rigurosidad, con la colaboración de todos los obispos.

RECONOCIMIENTO TRAS SU MUERTE

Uno de los desarrollos doctrinales que el Papa Francisco está ofreciendo a la Iglesia es la insistencia en atender al sentir del pueblo de Dios, su insistencia también en el discernimiento, y que se está poniendo de manifiesto precisamente en torno a la figura del Papa emérito.

Después de diez años de ocultamiento, el pueblo sencillo, en estas frías mañanas romanas de duelo, en esos miles y miles de personas, desbordando todas las previsiones, han puesto de manifiesto ese amor del Pueblo de Dios, por este “abuelo santo” como fue llamado por la prensa británica al concluir su viaje apostólico al Reino Unido, y que inicialmente había hecho una feroz campaña en su contra.

Pero sobre todo su herencia magisterial, que todo el mundo coincide, es una herencia extraordinaria, imperecedera, como también ha señalado recientemente el Papa Francisco. Sus escritos doctrinales son accesibles y se leen con gusto, pero especialmente con gran provecho espiritual. Sus encíclicas, sus cartas apostólicas, sus catequesis y su determinante intervención en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero no puedo dejar de mencionar, de una forma especial, los tres volúmenes: “Jesús de Nazaret”. En ellos se hace emerger, cómo la revelación definitiva de Dios se da en la humanidad de Cristo, en un diálogo, constructivo y crítico a la vez, con otros saberes y opiniones teológicas y filosóficas contemporáneas.

MI EXPERIENCIA PERSONAL

Tuve la gracia de conocerlo cuando D. Olegario González de Cardedal, grandísimo teólogo de Salamanca, siendo yo estudiante, me llamo, con otro compañero, también zamorano, Valentín Chillón, -querido hermano, sacerdote fallecido trágicamente-, para asistir al entonces cardenal Ratzinger cuando fue invitado por él a los Cursos de Verano de la Universidad María Cristina del Escorial, con la finalidad de acompañarle y atenderle en lo que pudiera necesitar.

Fue para mí una experiencia única. Estaba muy condicionado por un ambiente clerical salmantino de entonces muy contrario al Prefecto de la Doctrina de la fe, y me encontré con un sabio profesor, que era la modestia y la amabilidad personificadas. 

Pero, el momento más emotivo para mí, fue, al terminar mi tesis doctoral en Roma, la audiencia del 2 de julio de 2009. Después de haber escrito personalmente a su fiel secretario Mons. Georg Gänswein, y haberle contado esta historia, le rogaba poder saludar al Santo Padre y recibir su bendición como conclusión a mis estudios en la Ciudad Eterna.

Así sucedió. Tuve la gracia inmensa de saludarle, intercambiar unas palabras con él, recordando a nuestro querido D. Olegario y recibir personalmente su bendición. Su humildad, su magisterio, su pasión por nuestro Salvador, su amor a la Iglesia y el cuidado por la Santa Liturgia han marcado mi vida para siempre.

INFLUENCIAS DE SU ANTECESOR

Es importante considerar que los Papas se suceden unos a otros, sobre todo porque participan de la Sucesión Apostólica con todos los obispos. Siendo los obispos de Roma sucesores de Pedro, y por tanto cabeza del colegio episcopal. Con ello quiero subrayar una obviedad: la de la permanencia en la fe, es decir: la garantía, a través de las palabras, de las acciones sacramentales y de la fraternidad eclesial, de que “Cristo es el mismo, ayer y hoy y siempre” (Hb 13,8).

Respondiendo a la pregunta: en lo sustancial se influyen unos a otros porque se suceden unos a otros. Siempre habrá continuidad y novedad. De otro modo la Iglesia, agitada o perseguida por las resistencias u oposiciones de las fuerzas del mal, colapsaría. Podríamos, con el sentir popular, formular esa continuidad de la manera siguiente: Juan Pablo fue testigo de la Fe, Benedicto de la Esperanza y Francisco de la Caridad.

En el campo litúrgico, a pesar de que algunos se empeñen en subrayar las distancias entre ambos pontífices, éstas no afectan, en absoluto, a lo esencial. Hay una continuidad y una progresión en la percepción del acontecimiento salvador que se hace presente en la Sagrada Liturgia. Y, eso sí, también respuestas más concretas, propias de cada uno, según las necesidades del momento y su sensibilidad personal.

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