María tiene 48 años y lleva 4 meses en la Casa de Acogida "Madre Bonifacia". Ella es el ejemplo de cómo la pandemia ha agravado la situación de personas que vivían gracias a los ingresos generados a través de la economía sumergida, en esta caso de la ayuda a domicilio.
"Yo antes vivía con mi madre, pero ella tuvo que ingresar en una residencia, entonces yo me fui a un piso compartido, pero no podía pagar y me quedé en la calle. Nunca había vivido esta situación. Antes tenía una vida más cómoda y ni siquiera conocía la existencia de estos sitios. En la vida, ni en sueño hubiese imaginado llegar a este punto.
Cuando me quedé sin recursos fui a la parroquia, la trabajadora social me ayudó y entre aquí. Al principio es duro y te sientes desubicada, pero poco a poco me he ido acostumbrando. Los monitores de la casa de acogida nos ayudan mucho, nos escuchan, nos apoyan... No cuento con apoyo familiar, pero sí con amigos y mi relación con ellos sigue bien, no he sentido rechazo y, aunque no he tenido apoyo económico si psicológico. Estoy estudiando Atención Socio-Sanitaria en Instituciones Sociales, me queda sólo un módulo para acabar, mi sueño es trabajar en una residencia porque me encantan las personas mayores. Mientras espero a que me convoquen para la realización de ese módulo que me falta, he estado echando curriculums y estoy haciendo un curso de Competencias Digitales en el programa de empleo de Cáritas así retomo un poco la informática y el ordenador que es algo que tenía olvidado.
La renta garantizada no me permite ahora mismo vivir de una manera independiente tengo que ahorrar un poco y luego buscar un piso compartido. Debería de haber unas viviendas de protección en función de tus ingresos y si encuentras un trabajo en función de ese trabajo que nos permita avanzar y tener una vida normal y autónoma".